Jaime Sabines – La Tovarich

Es mi cuarto, mi noche, mi cigarro.
Hora de Dios creciente.
Obscuro hueco aquí bajo mis manos.
Invento mi cuerpo, tiempo,
y ruinas de mi vos en mi garganta.
Apagado silencio.

He aquí que me desnudo para habitar mi muerte.

Sombras en llamas hay bajo mis párpados.
Penetro en la oquedad sin palabra posible,
en esa inimaginable orfandad de la luz
donde todo es incierto, aproximado afán y cercanía.

Margie (Maryi) se llama.

Estaba yo con Dios desde el principio.
El puso en mi corazón imposibles imágenes
y una gran libertad desconocida.

Voces llenas de ojos en el aire
corren la obscuridad, muros transitan.
(Lamento abandonado en una banqueta.
Un grito, a las once, buscando un policía.)
En el cuarto vecino dos amantes de matan.
Y la música a pedradas quiebra los cristales,
rompe mujeres en cinta.
En paz, sereno,
fumo mi nombre, recuerdo.

Porque caí, como una piedra en el agua,
o una hoja en el agua,
o un suspiro en el agua.

Caí como un ojo en una lágrima.

Y me sentí varón para toda humedad,
suave en cualquier ternura,
lento en todo callar.
Fui el primero -hasta el último-
en ser amor y olvido,
ni amor ni olvido.
(Porque soles opuestos…
Siempre el mismo y distinto.
Igual que sangre en círculo, al corazón, igual.)

El porvenir que cae me filtra hasta perderse.
Yo soy: ahora, aquí, siempre, jamás.

Un barranco y un ave.
(Dos alas caminan en el aire
y en medio de un madrigal.)

Un barranco.
(Ya no lo dijo. Calló, de pronto,
hoscamente, para callar.)

Un
(quién sabe. Yo).

Cualquier cosa que se diga es verdad.
Antes de mi suicidio estuve en un panal.

(Rosa -Maryi que ya rosal,
cualquier muerte es mortal.)

Ahora voy a llorar.


Pero nací también (porque nací)
al sexto sol del día,
en el último vientre de mi madre.
(Mi madre es mujer
y no tuvo ningún que ver con Dios.)
Hasta agotar sus senos me desprendí
(leche de flor bebí).
Mi padre me dijo: Levántate y anda
a la escuela.

No lo he olvidado:
aire, piedra deshecha por un decepción,
río, el alba antes de abrir los ojos
montaña, el cielo sembrado de árboles,
vuelo, amor.

A los quince ya sabía deletrear una mujer,
(A la orilla del tren capullos de luciérnagas maduraban luces, hojas. Ausencia.)

Yo traía un amor reteadentro,
sin hablar, al fracaso.
Uva de soledad.
Sin luna el mar.

Algas en el subsuelo de mis ojos.
(Mudé de piel a cada caricia.)


Margie, la luna es rusa.
El cuello de Margie es alto y blanco,
como de blando oro blanco. Ducal.
Y en sus redondos cabellos
mi mirada sueña.

Cuando me mira -algún día podría mirarme-
la conozco de rosa a abril.

Yo me moriría, si pudiera morirme,
al pie de sus ojos en sazón.
(Porque me duelen las manos de tanto no tocarla,
me duele el aire herido que aveces soy.)


Palabras para el fin:
Hebra de anhelo, sol menguante.
Ovejas en la tarde sur.
Tibia la mansa hora de dormir.

Que todos mueran a tiempo, Señor,
que gocen, que sufran hoy.

Desampárame, Señor,
que no sepan quién soy.

Levanta las estrellas y acuesta el reloj.

…Y fue en el día último cuando Se hizo Dios.


Amanece de tarde, Sin sol.
(Para sus manos un guante: mi corazón.)

Yo le hubiera injertado mis labios
en sus muslos, de dos en dos.

Ya no me alegro de mí cuando estoy triste,
Apenas frío. Minuto en ron.

A lo largo de mi todos los muertos
bien muertos son
(A las 5. Puntuales.
En el número 5 del panteón.

Y la tarde nerviosa, se sacudió
El rocío llorón.


Entonces se enviaban suspiros en las rosas,
Besos-palomas de balcón a balcón.
Pero la sucia noche revolvía los alfileres,
sabanas, rezos, cruces, luto de amor.

Caras agrias, en sombra, el deseo encendió.
(¡Cuántos hijos tirados en paredes,
Pañuelos, muslos, manos, por Dios!)

Muro de agua, la angustia, se levantó .
Humo rojo en mis venas. Transfigurado cielo.
De polvo a polvo soy.


Mina de minerales obscuros, de ciegos diamantes
tala de esmeraldas.
Agua tierra del pájaro
(húmedas ya de música las ramas),
buches de piedras que hace la pequeña cascada.

Milperío de tortillas para el indio,
indios de amor quemado y brazos todavía
(le podan las esperanzas a su genealogía)

Una vereda buscando la llanura.
Y una brizna en mis ojos, de agua dura.


Magia de amor errante.
Fantasma, sombra, umbral.

Algo que soy, me viene a llevar.

(Hay un aroma obscuro
desde su cuello musical.)

Eso que nunca he dicho
empiezo a callar.

¡Lleva ya tanto tiempo
de ser fugaz!

(Le prestaré mis ojos
cuando quiera llorar.)

¡Cómo el viento en retazos,
cómo la lleva en granos,
cómo de azul cristal!

Jaime Sabines

“Horal” (1950)

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